Por Ulises Martínez Román
Director de Televisión
Municipio de Guatemala
El tema sugerido y la experiencia de Madrid me llevan a hacer una pregunta que considero básica: ¿Hay una historia?, ¿cuándo hay una historia?
Y me pregunto esto porque si alguna convicción se hizo clara en el Encuentro de Madrid, es que cada ciudad, como cada persona, es una historia.
Pero, de una forma más específica, podemos decir que una historia es siempre un tejido de pequeñas historias, y en el caso de las ciudades eso es más que evidente.
Una de esas pequeñas historias es la forma en que nace, se cultiva, se disemina el arte en los espacios urbanos. Y digo los espacios urbanos, porque, hoy en día, el arte no está restringido a los muros de las Escuelas de Arte, a las Academias o los Departamentos de Estética de las Universidades; tampoco está restringido a los museos del estado en los que se exhibe el arte oficial, ni a las galerías donde se exploran nuevos caminos.
Hoy en día el arte puede nacer, cultivarse y propagarse al aire libre, en los parques, en las calles, en los muros de los edificios de otra época. Esto nos dice algo que siempre hemos sabido, pero que en algunos momentos hemos olvidado: que el origen del arte es la gente, el tejido social, la interacción comunicativa, el intercambio de significado que fluye en los ríos de la tradición.
La Ciudad de Guatemala no es una excepción a este fenómeno. Todo lo contrario, podríamos considerarla un ejemplo arquetípico de esta ebullición del sentido estético en espacios no convencionales.
En nuestro Centro Histórico, desde hace algunos años, el arte fluye a través de prácticas sociales que, en el pasado, eran impensables. ¿A qué me refiero cuando afirmo esto? Pues nada más y nada menos que al hecho de que lo que en el pasado era el centro de la Ciudad, ahora es uno de sus márgenes más vivos. Una nueva vida fluye por sus calles, una nueva vida que, al mismo tiempo, no solamente ha re significado el espacio, sino también ha privilegiado los horarios nocturnos sobre los diurnos.
Y esta nueva, intensa actividad ha definido el arte histórico, los clásicos modernos de nuestra tradición estética, y los ha consagrado a los grandes museos del Estado. Pero también ha llevado una nueva temática a los artistas académicos que instalan sus muestras en las galerías de los nuevos centros de exposición en la pujante zona sur de la Ciudad. Con ello, esa marginalidad social del centro espacial del pasado es ahora el centro, el núcleo desde el cual fluye la vida semántica del arte urbano guatemalteco.
En él encontramos las mejores muestras de los grandes movimientos sociales, de los grandes fenómenos de la historia reciente como la migración a la Ciudad, por ejemplo. A nadie sorprende, pues, encontrar en las lujosas galerías del sur la muestra pictórica, escultórica, fotográfica o fílmica de alguien que pertenece a la segunda o tercera generación de una familia de migrantes que han llegado a la Ciudad de las aldeas más remotas en busca de una vida más digna.
El antiguo primitivismo lo encontramos hoy validado, ponderado, incorporado a los espacios más sofisticados de las zonas financieras o las zonas residenciales de la Ciudad.
¿Qué hizo posible establecer ese puente entre dos mundos, el del arte que nace en el margen como expresión de la más injusta exclusión, y el que, a través de procesos económicos e intelectuales, convierte ese arte en un rasgo esencial de su cosmopolitismo?
Y la respuesta, vista desde la perspectiva del urbanismo es, ni más ni menos, el crisol del espacio urbano. El espacio urbano cumple esa función mediadora que, por la vía de la transmutación del sentido, crea vasos comunicantes entre dos mundos que, en la realidad cotidiana y su dramática literalidad, parecen absolutamente irreconciliables.
Esta es, en una narrativa que aunque corta es muy esencial, la historia de los procesos sociales de creación de sentido estético en la Ciudad de Guatemala.