[:es]El asentamiento informal más emblemático de la capital argentina se debate entre la integración social y el riesgo de la especulación inmobiliaria
Por CÉSAR G. CALERO. Publicado en CTXT.
BUENOS AIRES | 30 DE NOVIEMBRE DE 2017.- Frente a los suntuosos edificios de la Avenida Libertador, en pleno centro de Buenos Aires, se alza la villa 31, el más emblemático de los asentamientos marginales de la capital argentina, con sus más de 40.000 pobladores. Estigmatizada durante años por los altos índices de inseguridad, la implantación del narcotráfico y la falta de servicios básicos, la gigantesca villa miseria ha iniciado ahora una transformación para enterrar esos anatemas e integrarse definitivamente en la ciudad. De la mano del Ayuntamiento, un ambicioso programa de urbanización busca transformar la villa en barrio y el estigma en modelo. Un desafío que ya está en marcha con la pavimentación de calles, la rehabilitación de viviendas y la instalación de redes de luz, gas, agua y alcantarillado como las que disfrutan otros vecinos de la capital. El proyecto suscita entusiasmos y recelos. Hay quienes ven una oportunidad única para mejorar su calidad de vida y aquellos que vislumbran el inevitable zarpazo del neoliberalismo cuando se revalorice un barrio que está enclavado en el corazón de Buenos Aires.
César Sanabria se crió en la villa 31 y hoy, a sus 32 años, es uno de los delegados barriales que apoya el proyecto de modernización impulsado por el Ayuntamiento porteño. Aunque no coincide con todas las decisiones tomadas por los funcionarios del gobierno local, está convencido de que el plan redundará en una mejora para toda la comunidad. Güemes es el barrio de la 31 más cercano a la estación de autobuses de Retiro, la puerta de entrada a la ciudad. Los trabajos de asfaltado de su calle principal comenzaron hace unos meses. El cambio es notable. La lluvia convertía antes la calzada en un barrizal. Las obras avanzan en varias direcciones: rehabilitaciones externas e internas de viviendas, tendido eléctrico, alcantarillado… Y en breve estará terminada una pequeña cancha circular en la entrada de la villa y la remodelación de la feria ambulante en la que 350 “puesteros” dan la bienvenida al visitante. “Yo creo que es una oportunidad única para el barrio, uno de esos momentos que hay que aprovechar para salir adelante”, cuenta Sanabria mientras camina por las abigarradas calles de la villa.
La lucha por la vida se libra en este asentamiento informal desde el amanecer hasta que se esconde el último rayo de sol. Con sus cerca de mil comercios, no hay rincón en calma. Donde no hay un vendedor ambulante aparece un repartidor de bebidas en un carrito. Al repiqueteo constante de las máquinas de las cuadrillas de obreros del Ayuntamiento responden los gritos de los niños que juegan en cualquier esquina. La villa fluye de día y se apaga de noche, cuando la calle se torna amenazante. La inseguridad anida en un territorio con altos niveles de abandono escolar y desempleo. El látigo del narcotráfico se ha reducido tras las últimas redadas policiales pero la venta de droga continúa aquí y allá.
Estudiante de arquitectura, Sanabria espera que el plan de modernización municipal, que cuenta con un presupuesto de 6.000 millones de pesos (300 millones de euros) priorice los espacios públicos y los equipamientos básicos para la comunidad. El Ayuntamiento ha adquirido un gran predio de la empresa YPF donde prevé construir la nueva sede del departamento de Educación porteño. Un moderno edificio que albergará una guardería, una escuela primaria y un centro para adultos y en el que trabajarán cerca de 2.500 personas. Esa es una de las ideas disruptivas adoptadas por el jefe de Gobierno (alcalde) de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, uno de los ideólogos del PRO, el partido de centro derecha fundado por el presidente Mauricio Macri a principios de la década pasada y que hoy gobierna en los tres ejes de poder de Argentina: el Estado nacional, la populosa provincia de Buenos Aires y la capital. El peronismo, en horas bajas y relegado a un inédito papel de oposición, lleva tiempo observando el rodillo amarillo (el color del PRO) desde la barrera.
César Sanabria se crió en la villa 31 y hoy, a sus 32 años, es uno de los delegados barriales que apoya el proyecto de modernización impulsado por el Ayuntamiento porteño. Aunque no coincide con todas las decisiones tomadas por los funcionarios del gobierno local, está convencido de que el plan redundará en una mejora para toda la comunidad. Güemes es el barrio de la 31 más cercano a la estación de autobuses de Retiro, la puerta de entrada a la ciudad. Los trabajos de asfaltado de su calle principal comenzaron hace unos meses. El cambio es notable. La lluvia convertía antes la calzada en un barrizal. Las obras avanzan en varias direcciones: rehabilitaciones externas e internas de viviendas, tendido eléctrico, alcantarillado… Y en breve estará terminada una pequeña cancha circular en la entrada de la villa y la remodelación de la feria ambulante en la que 350 “puesteros” dan la bienvenida al visitante. “Yo creo que es una oportunidad única para el barrio, uno de esos momentos que hay que aprovechar para salir adelante”, cuenta Sanabria mientras camina por las abigarradas calles de la villa.
La lucha por la vida se libra en este asentamiento informal desde el amanecer hasta que se esconde el último rayo de sol. Con sus cerca de mil comercios, no hay rincón en calma. Donde no hay un vendedor ambulante aparece un repartidor de bebidas en un carrito. Al repiqueteo constante de las máquinas de las cuadrillas de obreros del Ayuntamiento responden los gritos de los niños que juegan en cualquier esquina. La villa fluye de día y se apaga de noche, cuando la calle se torna amenazante. La inseguridad anida en un territorio con altos niveles de abandono escolar y desempleo. El látigo del narcotráfico se ha reducido tras las últimas redadas policiales pero la venta de droga continúa aquí y allá.
Estudiante de arquitectura, Sanabria espera que el plan de modernización municipal, que cuenta con un presupuesto de 6.000 millones de pesos (300 millones de euros) priorice los espacios públicos y los equipamientos básicos para la comunidad. El Ayuntamiento ha adquirido un gran predio de la empresa YPF donde prevé construir la nueva sede del departamento de Educación porteño. Un moderno edificio que albergará una guardería, una escuela primaria y un centro para adultos y en el que trabajarán cerca de 2.500 personas. Esa es una de las ideas disruptivas adoptadas por el jefe de Gobierno (alcalde) de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, uno de los ideólogos del PRO, el partido de centro derecha fundado por el presidente Mauricio Macri a principios de la década pasada y que hoy gobierna en los tres ejes de poder de Argentina: el Estado nacional, la populosa provincia de Buenos Aires y la capital. El peronismo, en horas bajas y relegado a un inédito papel de oposición, lleva tiempo observando el rodillo amarillo (el color del PRO) desde la barrera.
Junto a esas medidas de remodelación urbanística, el plan del Ayuntamiento prevé también la apertura de un mercado gastronómico en las viejas cocheras de una empresa de transporte. Los modelos son la Boquería de Barcelona y el Borough Market de Londres. Para Sanabria, antes de hablar de “polo gastronómico”, como les gusta mencionar a los funcionarios municipales, primero habría que pensar en las carencias del barrio. A través de su cooperativa -Los Principitos de Retiro-, este estudiante de arquitectura ha presentado un proyecto para reconvertir un destartalado galpón en un hospital (el plan municipal contempla tres centros de salud).
La villa de los inmigrantes
LA 31 ES HOY UNA MANCHA URBANA DE MÁS DE 30 HECTÁREAS EN LA QUE LA MITAD DE LA POBLACIÓN ES EXTRANJERA. BOLIVIANOS, PARAGUAYOS Y PERUANOS CONVIVEN CON ARGENTINOS PROCEDENTES DEL INTERIOR DEL PAÍS
La 31 es hoy una mancha urbana de más de 30 hectáreas en la que la mitad de la población es extranjera. Bolivianos, paraguayos y peruanos conviven con los pobladores argentinos, muchos de ellos procedentes del interior del país. Hoy como ayer, la inmigración es parte del ADN del barrio. Ciudad abierta, Buenos Aires fue creciendo a principios del siglo pasado de la mano de un enorme contingente de inmigrantes europeos. Dejaban atrás sus países de origen y llegaban con lo puesto. Al principio se alojaron en “conventillos” del centro y en barrios de la periferia. Pero con el paso de los años la vivienda escaseó y los nuevos inmigrantes tuvieron que levantar sus precarias casas en predios abandonados. Así nació cerca del puerto “Villa Desocupación”, conocida después como “Villa Esperanza”, embrión de la villa 31. Cada vez que la piqueta demolía el asentamiento, renacía con más fuerza. En la década de los 70 ya vivían allí más de 15.000 personas. En esos años convulsos los movimientos populares, muy presentes en las villas, se pasan a las armas. El padre Carlos Mugica, miembro de la corriente de curas para el Tercer Mundo, fundador de la parroquia “Cristo Obrero”, icono espiritual de la villa 31 y defensor de las causas humildes, siempre estuvo en contra de la lucha armada. Predicaba en el desierto en tiempos de plomo. Murió acribillado en 1974, probablemente por las balas de un sicario de la ultraderechista Triple A. La dictadura no sólo persiguió y eliminó a los militantes sociales. Sus máquinas topadoras entraron en las villas de emergencia para que no quedara ni rastro de esos asentamientos informales. Las pocas familias que mantuvieron el tipo fueron el germen de un nuevo renacimiento de la villa, cuyo crecimiento fue exponencial a partir del advenimiento de la democracia en 1983. El padre Mugica sigue muy presente entre los villeros. Una estatua del cura de los pobres está a punto de ser alzada a la entrada del barrio, una idea que partió de Sanabria y a la que le ha dado forma el artista Andrés Zerneri, el mismo que cinceló a la Juana Azurduy que sustituyó a Colón en la Casa Rosada durante el kirchnerismo. El joven delegado barrial se presentó hace poco en el Vaticano con una fotografía de la estatua del padre Mugica y obtuvo la bendición del papa Francisco, buen conocedor de la villa.
Según los planes del alcalde Rodríguez Larreta, a principios de 2019 ya se hablará de Barrio 31: “La idea es que la zona deje de ser villa y se convierta definitivamente en barrio”, insiste a cada tanto. Sus vecinos disfrutarán entonces de alcantarillado, calles asfaltadas, tendido eléctrico, red de gas… Unos servicios de los que hoy sólo goza una minoría. Decenas de operarios trabajan ya diariamente en la villa para cumplir con la meta del alcalde. Alejandro Bardauil es uno de los arquitectos del gobierno de la ciudad encargado de supervisar la ejecución de los trabajos. A pie de obra y con el preceptivo casco, ofrece su diagnóstico: “En términos generales, las obras avanzan bien. No es ni peor ni mejor que en otras áreas de la ciudad, donde el nivel general no es alto”.
Tal vez la fase más audaz del plan de modernización sea la reubicación en nuevas viviendas de unas 1.200 familias que hoy viven literalmente bajo la autopista Illia que enlaza el centro y el norte de Buenos Aires. El barrio se llama así, Bajo Autopista, y sus vecinos se habituaron durante mucho tiempo a ver caer todo tipo de objetos desde su particular “cielo”. Cuentan que en cierta ocasión cayó un motociclista, despedido violentamente tras un accidente. Se topó con la pared y no se mató pero el susto fue grande para todos. La traza de la autopista será modificada ahora y el techo de cemento será reconvertido en un parque elevado para el esparcimiento y, también, la tranquilidad de los vecinos.
La especulación, un riesgo
Pero con la transformación del barrio llegará también una serie de obligaciones que algunos vecinos no ven con tan buenos ojos. Hoy nadie paga un peso por la luz o el agua. Un enjambre de cables eléctricos decora las calles. Y ante la falta de espacio, la villa ha crecido verticalmente. Cada cual se ha ido construyendo en su casa una nueva altura cuando ha podido, dejando los hierros a la vista por si la familia se agrandaba. Eso terminará con la urbanización. Cada poblador podrá acceder por fin a un título de propiedad pero tendrá que pagar por el pedazo de tierra que ocupó en su día. Lo hará a través de créditos blandos y con arreglo a sus ingresos. ¿Y después? ¿Qué pasará con ese barrio remozado, abierto al turismo y emplazado en la cotizada almendra central de la ciudad?
Raúl Guzmán, 55 años, tiene algunas respuestas a esas incertidumbres. Peronista y líder barrial, es un referente social para toda la comunidad. Su madre formó parte de los 43 demandantes que le ganaron un juicio a los prebostes de la dictadura (1976-1983) para que no les echaran del barrio cuando los militares estaban expulsando a la gran mayoría de los vecinos. Sentado a una mesa en un quiosco a la entrada de la villa, Guzmán esboza una sonrisa cuando se le pregunta por el proyecto de Barrio 31. No es para menos. Él fue uno de los primeros en hablar de integración social. Cuando Macri llegó a la alcaldía de Buenos Aires en 2007, su plan era erradicar las villas de emergencia, la misma receta que aplicaron los gobiernos militares en Argentina. Guzmán y otros dirigentes cooperativistas les trasladaron sus temores a gente muy allegada al ex empresario: “Les explicamos que si hacía eso, iba a dar un mensaje totalmente contrario a sus aspiraciones presidenciales”. Macri escuchó el consejo y se interesó por las alternativas que planteaban los líderes sociales de la villa. “Les dijimos que había que invertir y transformar el barrio -recuerda Guzmán-. Y sucedió. Él lo entendió; es el juego de la política”.
Pero los planes del sucesor de Macri, Rodríguez Larreta, no coinciden exactamente con la idea de integración de Guzmán: “En primer lugar, hay una falta de participación de los vecinos. No se nos pide opinión. Es como si yo voy a tu casa y te la arreglo, pero lo hago como a mí me dé la gana”. Para Guzmán, la villa 31 ha estado siempre postergada y sumida en mil batallas políticas: “Desde el kirchnerismo (que gobernó el país entre 2003 y 2015) no se entendió el problema, pensaban que cualquier mejora favorecería al macrismo porque gobernaba la ciudad”, reconoce este dirigente que confiesa tener su “corazoncito de Cristina (Kirchner)”. La billetera -sostiene- puede lograr muchas cosas, pero el ensamble entre la comunidad y el Estado requiere también de otros modos de hacer política: “Se está poniendo plata de una manera que no es la que corresponde; tendrían que haber hecho apertura de calles, por ejemplo, para acabar con los guetos internos y lograr un trazado de barrio”. Guzmán no quiere ser agorero pero barrunta una estampida de vecinos cuando se otorguen los títulos de propiedad: “No todo el mundo podrá asumir los gastos de los servicios domésticos y los impuestos. Si entonces llega una empresa y ofrece un buen dinero por sus casas, ¿qué van a hacer? Se va a ir todo el mundo”. El riesgo de especulación inmobiliaria está latente en un barrio pegado al tren, próximo al puerto y a dos pasos de la Recoleta, la zona más chic de Buenos Aires.
Sanabria discrepa de esa mirada descreída: “Estamos ante la instancia decisiva para cambiar las cosas. Hay que dejar de lado la política y buscar la participación activa de todos los vecinos”. Y Guzmán le retruca: “¿Vos conseguiste meter algún proyecto importante?”, le inquiere. Sanabria menciona el hospital. Un sueño que, de momento, no entra en los planes del Ayuntamiento. El debate clarifica lo que se juega hoy en la villa 31: aceptar la integración que promueven las autoridades o remar contra la corriente y quedarse al margen de la ola de transformaciones. Sanabria representa a los jóvenes dirigentes barriales más pragmáticos. Guzmán, el espejo en que muchos de ellos se miraron, tiene la piel más curtida por tantas promesas rotas. Sea como sea, la villa miseria más renombrada de Buenos Aires será un barrio más de la ciudad dentro de poco. El tiempo dirá si en Barrio 31 vivirán mañana los hijos de César Sanabria y Raúl Guzmán.
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Este reportaje se ha realizado con la colaboración de la
Unión de Ciudades Capitales Iberoamericanas.
AUTOR
César G. Calero
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