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[:es]REPORTAJE ESPECIAL: Huertos urbanos para sembrar de humanidad las ciudades[:]

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Por Patricia Simón

Los huertos son siempre mucho más que lugares donde podemos producir nuestros propios alimentos: espacios de recreo saludable, de conexión con la naturaleza, de activismo por la soberanía alimentaria… Pero si se tratan, además, de huertos urbanos comunitarios descubrimos que pueden convertirse en espacios de convivencia, de combate a la malnutrición, de aprendizaje sobre el respeto al medio ambiente e, incluso, en herramientas para sanar las heridas de la guerra.

Madrid, 26 de diciembre de 2017.- El año 2002 será siempre recordado por los habitantes de La Comuna 13 como el que les arrebató a muchos de sus familiares y conocidos. Y eso que este barrio de la periferia de Medellín está habitado por muchas personas que llegaron aquí huyendo de la guerra, especialmente de los paramilitares que les expulsaron de sus hogares y tierras. La muerte, por tanto, no les era desconocida, pero nada es comparable a los cinco días de aquel octubre en el que hasta 1.500 efectivos del Ejército, la Policía, la Fiscalía y las Fuerzas Especiales Antiterroristas escudriñaron cada chabola del barrio de San Javier buscando guerrilleros de las FARC, el ELN y el CAP (Comandos Armados del Pueblo). Junto a ellos, según testimonios de supervivientes y de paramilitares desmovilizados en declaraciones ante sede judicial, actuó el Bloque paramilitar Cacique Nutibara, que se quedaría en el barrio tras el operativo ordenado por el entonces presidente, Álvaro Uribe Vélez, y que, según un auto de la Sala de Justicia y Paz del Tribunal Superior de Justicia de Medellín, habría desaparecido a más de 300 personas.

Platanera plantada en jard+¡n p+¦blico en Medell+¡nDurante la llamada Operación Orión, la mayor intervención militar urbana de la historia de Colombia –según un informe del grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación–, centenares de familias se quedaron durante días recluidas en sus casas con los colchones tapiando las ventanas para protegerse de las balaceras, incluidas las de los helicópteros artillados que sobrevolaban lo que en otros países se habría considerado un campo masivo de refugiados de la violencia y la pobreza estructurales del país.

Según declaraciones de Diego Herrera, director del Instituto Popular de Capacitación (IPC), “Orión permitió sacar a un grupo armado (la guerrilla), para darle entrada a otro, que terminó controlando lo que pasaba en la Comuna 13. Esta fue la puerta de entrada a la hegemonía paramilitar que se vivió después en todo Medellín”.

Hasta doscientos cadáveres de los desaparecidos fueron llevados a la escombrera del barrio, según testigos y organizaciones de derechos humanos, por lo que se teme que sea una de las mayores fosas comunes de Colombia. Allí acabaron mujeres, hombres, niños y niñas acusados de tener vínculos con las guerrillas, pero que en muchos casos, solo fueron finados como parte de la estrategia paramilitar de conservar el control mediante el terror. Pese a que organizaciones como la Corporación Jurídica Libertad lleva años luchando en los tribunales para que el vertedero sea cerrado e investigado y los restos encontrados y exhumados, la causa sigue sin resolverse.

Sin embargo, en medio del que aún es uno de los barrios más violentos de Medellín, un grupo de personas llevan años sembrando exigencias de justicia y de paz.

 

 

Huertos para sembrar justicia

Se trata de Agroarte, un colectivo integrado por habitantes del barrio que en 2005 decidieron unir el hip hop y la siembra como procesos de resistencia frente a las violencias. “La siembra porque vivimos en un sitio que fue creado por nuestros abuelos y abuelas, que eran campesinos. Y nacimos frente a la escombrera porque allí se estima que hay más de 200 desaparecidos por los militares y los paramilitares”, nos explica Boti, uno de sus integrantes que prefiere presentarse con su mote por razones de seguridad.

“Nacimos con siete mujeres que nos enseñaron a sembrar y desde entonces formamos también a niños en el cultivo. A través de las siembras y del hip hop buscamos entender las dinámicas de la violencia, que son locales, nacionales e internacionales, porque lo que pasa en La Comuna 13 no es tan diferente de lo que pasó en España con la Guerra Civil”, considera.

intervencion de activistas dirigida a familiares en operacion orionPara ello, integrantes de Agroarte han convertido en raíces, semillas y hojas sus propios cuerpos a través de ‘Cuerpos gramaticales’, una performance que ya ha girado por países como México, España o Bélgica. “Es una siembra simbólica de los cuerpos, que son los que recibieron la carga histórica del dolor y de las construcciones sociales. Con ella conmemoramos también, hasta hace unos años, el aniversario de la Operación Orión porque entendemos que nuestras acciones no deben ir dirigidas solo a recordar, sino también a generar denuncia antes, durante y después de las violaciones de derechos fundamentales”. Esta técnica artística, de gran capacidad evocativa, se ha extendido hasta ser empleada por otros movimientos sociales como Ríos Vivos –que lucha contra el impacto de las hidroeléctricas– para visualizar a los desaparecidos en los espacios en los que fueron asesinados.

Pero más allá de esta humanización de la siembra, Agroarte ha conseguido convertir los huertos en el articulador de todas sus actividades. Han intervenido el cementerio de Las Américas con graffitis y plantas sembradas en maceteros –hechos con botellas recicladas de refrescos– con los nombres de los desaparecidos en La Comuna, para que sus familiares también tengan un lugar donde ir a recordarlos. Han plantado más de veintidós “Jardines resistentes”, como les llaman, por la ciudad, donde los jóvenes aprenden a cultivar a la vez que a trovar como raperos, la forma más natural en estas zonas de expresar sus sentimientos, inquietudes y anhelos.

Y durante este decimoquinto aniversario de la Operación Orión, Agroarte organizó una nueva acción de lo que llaman “Plantas de memoria”, una siembra colectiva de árboles por parte de familiares de los desaparecidos en la que los participantes pintaron los bidones que harían las veces de macetas con los nombres de sus seres queridos. “Ya son más de mil memoriales vivos los que hemos ido generando a través de esta estrategia. Lo que buscamos es sanar nuestros territorios con acciones que nos junten y nos permitan entender las dinámicas del país. Lo que ha hecho la historia oficial es dividirnos y dejar de lado la historia no oficial. Con estos procesos lo que buscamos es recuperar esa memoria no oficial para que la memoria nos dignifique”, explica Boti.

En los actos conmemorativos se juntaron veinticuatro organizaciones de La Comuna 13 que, acompañados también por activistas de movimientos sociales de todo Medellín, reivindicaron justicia, verdad y reparación. Allí, rodeados de niños, niñas y de brotes verdes, convirtieron la jornada de duelo en un homenaje a la esperanza en el futuro.

Pero más allá de La Comuna 13, los huertos urbanos son también una fuente de alimentación para las familias más castigadas por la guerra y la pobreza. Muchas de ellas, campesinas que llegaron a Medellín huyendo del paramilitarismo y que, cansadas de mendigar vendiendo galletas y pañuelos en los autobuses, decidieron poner en práctica sus conocimientos agrícolas en las cunetas de las calles y carreteras cercanas a sus casas. Así, es habitual ver pequeños árboles de papaya, tomate de árbol, aguacates o higos chumbos plantados y cuidados por los propios vecinos.

Huertos autogestionados que conviven con los de la Red de Huerteros de Medellín, una iniciativa que partió de la ciudadanía y que ya cuenta con un centenar de plantaciones urbanas gracias al apoyo de la Alcaldía de una ciudad que se ha convertido en un semillero de la agricultura urbana.

Huertos para recuperar el control sobre la alimentación

Huerto urbano MadridVivimos en un mundo en el que la mayoría de la población tiene aún ascendentes vivos originarios del medio rural. Pero, paradójicamente, gran parte de las personas que residen en las ciudades carece de unos mínimos conocimientos del campesinado del que, en parte, descienden. Esa fue la realidad con la que se encontró la ONG Centro de Apoyo a Programas y Proyectos (CAPRI) en Managua, capital de un país mayoritariamente rural hasta la década de los noventa. En 2009, la entidad identificó que había barrios en los que hasta un 18 % de los menores tenía problemas de malnutrición, un porcentaje superior a la media de la ciudad. “Eran barrios empobrecidos donde se habían establecido malos hábitos alimenticios, como sustituir comidas cocinadas en el hogar por alimentos procesados como bolsas de patatas y refrescos”, nos explica Indiana Abarca, responsable de planificación de CAPRI.

Así que iniciaron un programa piloto de huertos de patio con cuarenta familias que, ocho años después, ya se ha convertido en un proyecto que engloba a más de doscientos cincuenta hogares.  “Estamos hablando de barrios muy deficientes, sin alcantarillado, por lo que muchas veces los patios de las viviendas terminaban convirtiéndose en los vertederos de los desechos y de las aguas residuales. Esto generaba mayor presencia de mosquitos y, por tanto, de dengue, de zika…”.

El proyecto forma a las familias en la conversión de estos espacios insalubres e improductivos en huertos, a la vez que enseñan a los menores y adultos recetas y hábitos alimenticios saludables. Según Abarca, los resultados van mucho más allá de la mejora de la salud. “Los huertos han mejorado la economía familiar porque ya no tienen que comprar muchos productos básicos. Pero además, algunas familias están vendiendo los excedentes de sus producciones, produciendo y comercializando abono y fertilizantes orgánicos que han aprendido a hacer en nuestro proyecto…”.

Uno de esos nuevos ‘huerteros’ es Jaime Rodríguez García. Este payaso de profesión de 46 años, ha visto mejorar sustantivamente su economía familiar desde que, además de animar las fiestas infantiles, saca rendimiento a lo que hasta 2011 era solo un espacio baldío. Junto a su mujer y cinco hijos, cultivan un terreno cuyos excedentes venden en su hogar, junto a refrescos y productos envasados. Según sus cálculos, sus ingresos han aumentado en un 25 % y su dieta ha mejorado gracias al aprendizaje de recetas que incluyen productos como la berenjena, que desconocían hasta entonces.

Para desarrollar esta tarea, CAPRI ha contado con el apoyo económico de las ONGs INKOTA -de Alemanía- y el Fondo Canadiense Cristiano para la Infancia.

Las huertas como escuelas de vida

En Barcelona, el Ayuntamiento lleva desde 2007 estableciendo huertos urbanos destinados a personas mayores de sesenta y cinco años y a entidades que trabajan con colectivos en situación de exclusión social. En los quince ya existentes se imparten talleres destinados a formar en la agricultura ecológica y de temporada, así como en la prevención de plagas mediante el uso de plantas aromáticas y medicinales. Una estampa donde, pareciera, el ritmo acelerado de toda ciudad se frena para regalarnos la visión de un vergel de tiempos pausados. Pero hay otros huertos que están impulsando toda una revolución silenciosa en Barcelona: los huertos escolares.

Diario huerto Verduna (P Simon)Son las nueve de la mañana y muchos de los niños y niñas que llegan a la puerta del colegio Vedruna Àngels, en pleno Raval barcelonés, llegan –al contrario que en la mayoría de los centros escolares– acompañados por sus padres. Sus madres, muchas de origen filipino, están trabajando en el servicio doméstico. Los pequeños cruzan el patio salpicado de árboles hasta entrar en sus aulas.

“Este colegio está situado en un barrio multicultural y con una realidad socioeconómica muy diversa, lo que nos enriquece muchísimo”, explica, entre interrupciones de niños y niñas que le saludan a su paso, Jordi Altés. “Tenemos clases con más de la mitad de los niños y niñas de familias inmigrantes, sobre todo asiáticas –filipinas, pakistaníes y bangladesíes, que son la mayoría en esta parte del barrio–”.

En la primera planta, coronando el patio, visitamos el huerto que, al ser otoño, no pasa por su momento más productivo. “El huerto nos ha servido para incluir la perspectiva de sostenibilidad en el ideario del colegio y en los conocimientos curriculares. Puesto que se trata de trabajarlo todo transversalmente, si hay una plaga podemos abordarlo con los mayores desde las ciencias en el laboratorio. Con los más pequeños nos permite hacer un herbolario o trabajar recetas de cocina en Lengua… Y así llevamos trabajando años”, explica Altés.

En concreto desde 2008, cuando la maestra Elisenda Fusté –ya fallecida– lo puso en marcha junto a otros profesores. “Aquí hay muchos niños que no salen del barrio y que no tienen contacto con la naturaleza, que no saben de dónde salen los frutos. Así que este proceso de descubrir ensuciándose las manos les encanta. Además, cada año hay un curso encargado de cuidarlo y luego va presentando la cosecha por las clases. A nosotros nos es muy útil y a los estudiantes les encanta”, analiza Altés con un entusiasmo que parece compartido por todo el equipo del colegio con el que nos encontramos. De hecho, en estos momentos se encuentran inmersos en un proceso de renovación pedagógica para el que han sido seleccionados –junto a una treintena de centros educativos de Catalunya– entre los más de 500 que se presentaron a la convocatoria abierta por Escola Nova 21, una asociación que está desarrollando toda una revolución escolar en la región.

“Se trata de educar a niños y niñas autónomos, que no tengan miedo de afrontar retos, que sean emocionalmente sanos y socialmente activos”, resume Altés. “Hace años que no nos basamos en el sistema de la clase magistral, sino que el conocimiento y el interés sale del propio alumnado. Lo que hacemos el profesorado es guiarle a través del sistema de prueba y error”. Altés ejemplifica este sistema a través de cómo está enseñando ahora el sistema digestivo: “Compartimos lo que ya sabemos y les pregunto qué quieren saber. Cuando ven que estás trabajando sus intereses, se despiertan. Y a partir de ahí les vamos guiando para que vayan encontrando la información. La motivación es la clave”, sentencia.

Como en muchos otros centros educativos, el huerto es un elemento más en el ideario de sostenibilidad que empapa la filosofía de este centro. De hecho, parte de su cosecha se ha consumido a veces en el comedor escolar, que cuenta con cocina propia y que se abastece en parte con productos de proximidad y ecológicos. También cuenta con una comisión de medio ambiente, integrada por profesorado, familiares y alumnado y que tiene como finalidad coordinar el proyecto que se va a trabajar en todas las aulas durante el curso. Los resultados se muestran en la Fiesta de la Tierra que celebran anualmente en primavera. “El pasado año trabajamos el azúcar: sus implicaciones en la salud, las condiciones de trabajo de las empresas que la producen en los países empobrecidos, sus consecuencias para el campesinado….”, rememora un entusiasta Altés mientras revisamos el diario en el que durante años el alumnado documentó la evolución del huerto. “Mira, el otro día este alumno vino a visitarnos. Ya es un muchacho”, le dice señalando una foto a su compañera Laura Aroca. Un sistema educativo que teje relaciones perennes, como las hojas de los árboles del jardín bajo los que, a menudo, celebra las fiestas y va leer el alumnado del Vedruna Àngels.

Cuando los brotes verdes son huertos comunitarios

Con el 15M, no solo brotaron ansias de democratización en las plazas del Estado español, sino que el movimiento ciudadano que tuvo en la reapropiación de los espacios públicos uno de sus motores, también transformó descampados y zonas verdes abandonadas en huertos urbanos comunitarios. Así ocurrió en Madrid, donde en 2011 se constituye la Red de Huertos Comunitarios de Madrid. En total, más de 40, de los cuales 19 estaban ubicados en suelos municipales y, en su mayoría, creados por asociaciones vecinales.

Huerto urbano Madrid 2“En 2014 empezamos a regularizar los huertos ya existentes, en colaboración con la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid y con la Red de Huertos. También a crear nuevos espacios, pliegos de buenas prácticas con distintos colectivos…”, explica Rafael Ruiz López de la Cova, jefe de Departamento de Educación Ambiental del Ayuntamiento de Madrid.  Tanto ha crecido la implicación municipal que ya son 39 las plantaciones comunitarias y 18 las que se encuentran en fases de tramitación.

“Son proyectos autogestionados, comunitarios, en el que las personas tienen que distribuirse las parcelas, compostar y semillar en común. Además tienen que seguir criterios agroecológicos porque no se permite el uso de fitosanitarios”, apunta con entusiasmo Ruiz López. El consistorio provee los huertos de de árboles frutales, plantas aromáticas, mantillo, tablones del mobiliario urbano que se retira para la construcción de las composteras… Pero también ofrece cursos dirigidos no sólo a formar en el arte de cultivar, sino también de resolución y prevención de los conflictos que puedan surgir como resultado de la autogestión y la convivencia. “Es decir, de gobernanza, porque este proyecto, más allá del cultivo, tiene una dimensión de educación ambiental y social. Además, muchos de las asociaciones que los gestionan organizan a su vez visitas, talleres, cuentacuentos…”, destaca Ruiz.

Hay que tener en cuenta que Madrid ya tenía una amplia experiencia en el ámbito de los huertos escolares, que ya superan los 170 en la capital. “Apoyamos la implantación de huertos terapéuticos en centros que trabajan con personas con problemas de drogodependencias, de salud mental, jóvenes con bulimia, anorexia…”, remarca Ruiz, que nos ayuda a visualizar la cartografía madrileña de huertos urbanos que ya son más de 300, de los cuales el próximo año se espera que 70 sean comunitarios municipales.

Los huertos urbanos son de los pocos espacios en los que conviven habitualmente  personas desde los treinta y pocos años, que suelen ir acompañadas de sus hijos e hijas, hasta jubiladas. Un raro privilegio en el que los lugares de ocio suelen estar muy segmentados por clase social y edad.

Por todo esto y mucho más, los huertos no son sólo una forma de reconectar las ciudades con la naturaleza y la agricultura, sino que son también una vía para humanizarlas.

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